Dia de las almas

Domingo en la mañana. Llueve hoy. Pero solo ligeramente. Las hojas de los arboles frente a mi ventana se ven ligeramente brillantes, casi aceitosas. No hay ruidos en el aire. Solo el murmullo de los insectos en la espesura y uno que otro pajaro que se posa en una rama por un instante y luego parte presuroso.

Hoy es el dia en que se recuerda a los muertos aca. Muy cerca hay un cementerio Hokkien que cubre toda la ladera de un cerro. Cientos y cientos de tumbas pero solo un par de arboles. Todo muy seco y sin ningun atisbo de color. Mis amigos me comentan que hoy partiran muy temprano a visitar sus deudos, cortar el pasto, limpiar las tumbas, y orar, antes de que el calor de la tarde los alcance. Pero que extraña sensacion es la de ver un cementerio sin ninguna cruz. Es casi como si para la misma muerte siguiese siendo un extranjero en estas tierras.

De repente, cuando tengo tiempo libre y no conozco bien un lugar, me gusta pasear por sus cementerios. Ver los recuerdos que la gente deja a sus deudos, leer los epitafios, imaginar sus vidas. Siempre recuerdo a un muchacho que murio justo antes de terminar sus estudios, al parecer durante una cirujia. La noche anterior a su muerte, ya en el hospital, escribio una carta a su familia diciendoles que no se preocuparan y que mucho los queria. Y ahi estaba la carta, grabada en marmol sobre su lapida. Sus palabras, alegres y optimistas, horas antes de que su vida se acabara. Junto a ella varios recuerdos de compañeros que aun lo visitan años despues de su muerte. Quiza el simple hecho de permanecer vivo en la memoria de sus amigos sean el testimonio mas fuerte acerca de quien fue y cuanto afecto las vidas de quienes lo rodeaban.

Mucho he aprendido del caracter de un pais por sus cementerios. Los cementerios de Buenos Aires por ejemplo, reflejan hasta en su diseño a los Argentinos. El aristocratico Recoleta, con sus muy lujosos y muy angostos pasillos, donde ya no hay mas espacio, o el popular desorden de la Chacarilla, donde no me habria sorprendido ver a una familia comiendo su parrillada de fin de semana. Los impersonales jardines de California, con sus prados perfectamente cuidados y sus pequeñas lapidas casi ocultas son como sus ciudades, sin un sentido de permanencia, atemporales. El orden perfecto de los cementerios del norte de Alemania, con sus setos esculpidos y sus espacios perfectamente rastrillados, los hacen los mejor cuidados que haya visto jamas, pero tambien los mas deprimentes. El abandono que reina en los pequeños camposantos del altiplano Boliviano, donde jamas vi a un solo visitante, es como su forma de vida: son secos, adustos y desolados.

Sin embargo mis favoritos siguen siendo los pequeños cementerios que veia a la vera de la linea del tren cuando viajaba de niño. Simples laderas de cerro donde se habia dejado un claro entre los arboles, con pequeñas cruces semi-podridas a punto de perderse entre las hierbas y las flores silvestres. Lugares tan abandonados y de tanta paz. En los dias asoleados, ningun ruido venia a turbar el silencio. Solo algun grillo cantaba un momento y luego desaparecia veloz entre los hierbajos. La roja arcilla brillaba al sol, dura como roca. Tierra de Cementerio habria dicho mi Mama Nana. Tierra que despues de una visita uno debia cuidarse muy bien de llevarse en los zapatos a casa, puesto que era invitar a la muerte. Esta fascinacion algo tetrica probablemente venga en mis genes. Mi madre ya gustaba de estudiar en los cementerios, aprovechando la soledad. Y las visitas al sur, que significaban largas tardes limpiando tumbas y escuchando historias sobre las vidas de quienes estaban enterrados ahi.

Sin embargo, desde las ventanas del tren, esos pequeños cementerios que iban surgiendo entre la niebla matutina y la llovizna perenne eran siempre el primer atisbo que el fin del viaje se aproximaba. En la estacion ya me esperaban. Ya podia casi saborear la taza de leche y oler el salon donde me tenderia a escuchar musica y a leer y soñar por el resto de las vacaciones. Y sabria que ahi siempre estaria seguro, que nada cambiaria aunque el tiempo pasara.

¿Importa acaso donde uno termine enterrado? No creo, y sin embargo, en algun rincon de mi alma, probablemente me sentiria mucho mas confortado al momento de partir si supiera que terminare en uno de esos cementerios de pueblo. Volviendo poco a poco a la tierra, como una de esas cruces de Madera que pronto desapareceran bajo la lluvia inclemente. Y quiza, desde la altura del cerro, esperando ver pasar alguno de esos trenes que ya no corren, pero que si lo hicieran nuevamente me llevarian de vuelta a esos tiempos y lugares donde fui totalmente feliz…

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